Jugábamos a ponerles formas de nubes a las personas y a mí me parecía mucho más divertido que tumbarnos en el césped y mirar el cielo, como locos, intentando encontrar algo que no tenemos.
Lo malo de buscar lo que no tengo es que cuando ceso mi búsqueda, se deja encontrar. Y lo vuelvo a buscar y a perder y a dejar y a aparecer y menudo puto bucle en el que me he metido sin tenerte ni poderte.
No sé si tenías el mundo en las manos o era el mundo el que te tenía a ti, pero me jodía lo mismo porque siempre miraba a mis manos y nunca te veía. A lo de comerme el mundo no me ganaba nadie cuando abría la boca para besarte y recorrerte carreteras con la lengua.
Lo de viajar sin moverme del sitio es algo que aprendí desde que me cogiste de la mano y salimos corriendo a imaginarnos que estábamos tan lejos que nadie nos conocía; que éramos extranjeros en la vida de los demás menos en las nuestras. Y cerrabas los ojos, los abrías y ya había viajado de nuevo.
Una vez te pedí que nunca dejases de cerrar los ojos con esa magia que solo te caracterizaba a ti y fue más bonito que haberte dicho diez te quiero de carrerilla.
De todas las metas que nos pusimos la única que cumplimos fue la de seguir buscándonos aunque nos perdiésemos. Y créeme que ahora creo que lo que mejor pudimos hacer fue habernos perdido el uno con el otro, pero claro, uno nunca puede perder de la manera en la que quiere.
Aun así me alegro de haber ganado todos estos recuerdos que a día de hoy me siguen acompañando a cada paso que doy.
P.D.: si quieres encontrarnos que sea porque te has buscado y te has dado cuenta de que no quieres perdernos.