sábado, 28 de septiembre de 2013

Más de cien latidos por minuto: tú.

Taquicardia.
Me soltaste aquella palabra como si todo su significado fueras tú. Me explicaste que te gustaría que fuera el título de tu futuro libro, el que todavía no existe; pero es que tú no sabías que aquella palabra era todo lo que sentía cuando tú me tocabas, o tan solo me mirabas. Que se me hubiera parado el corazón si hubieras pensado en quitarme un dedo de encima. Que dejaba de latir cuando tú te marchabas, cada vez que te ibas sin saber si te volvería a ver, aunque en realidad nunca hubieras venido y nunca hubieses pensado en quedarte.
El corazón marcaba el ritmo de cada palabra que pronunciabas y a mí me hacías más feliz cuando no me dejabas hablar y te ponías a contarme tus historias, tus recuerdos o tus tristezas mientras yo te escuchaba como mi canción preferida, la que no quería dejar de escuchar nunca.
Disfrutaba más de tus silencios que de todas las conversaciones banales que tenía a lo largo del día. Todo lo que callabas era lo que más decía de ti y lo que yo siempre me ponía a escuchar con detenimiento. Y que no me hablen de silencios incómodos si no te han visto callarte y sonreír como si el mundo se fuera a partir en dos y a mí me diese igual si todavía seguía mirándote.
Nos hicieron más daño todas las verdades que las mentiras que jamás nos contamos y es que contigo aprendí la relatividad de lo verdadero y lo falso, de la ignorancia y la felicidad, de ti y de mí. De la inexistencia de un nosotros jamás formado pero que yo tantas ganas tenía de construir y tú tantas ganas de romper.
Te quise tanto que todavía te sigo queriendo, pero esto, amor, no es una despedida, porque las despedidas no vuelven y yo estoy dispuesta a volver aunque nunca me haya ido.

viernes, 20 de septiembre de 2013

22

Hubiera querido decirte tantas cosas antes de que te marcharas que me callé para siempre.
Te hubiera pedido que te quedaras, que te quedaras un rato más, una hora, dos, tres, cuatro, conmigo, y a la mierda el mundo. Que perdieras el puto autobús sólo por querer quedarte conmigo. Que quisieras perderlo.
Te hubiera dicho que te quería, y me hubiese temblado tanto la voz que te habrías creído que era mentira y sólo un motivo para que no te fueras; pero es que se me habrían empezado a empañar los ojos y me hubieras creído sin dudarlo. Creo que me hubieras dicho que no llorase y me hubieras abrazado, como tantas veces lo hicimos ese día.
Te hubiera dicho que fui tan feliz como jamás había dejado a nadie que lo hiciese. Que fuimos felicidad en estado puro, que me sentí como Sophie y Julien pero siendo nosotros, aún siendo sólo tú y yo.
Te hubiera pedido que volvieses, que me lo prometieses aún sabiendo que las promesas se rompen. Que me dijeras que querías volver sólo por no tener que despedirnos, que odias las despedidas y esos besos que nunca sabes si son el último o el primero.
Te hubiera pedido que no te olvidaras de mí y es que contigo quería ser egoísta tanto tiempo que me consumía. Que me consumías también y quizás nunca te diste cuenta de ello. Y ojalá ahora te lo pudiese gritar bajito al oído.
Te hubiera pedido que me besases como si fuéramos el último segundo del mundo. Que nos evaporásemos entre bailes de bocas que sólo llevan a querer desear más, y más y luego todo.
Te hubiera agarrado de la mano tan fuerte que hubieras notado las ganas que tenía de no perderte nunca.
Hubiera hecho tantas cosas que decidí besarte y decirte que todo estaba bien.

lunes, 9 de septiembre de 2013

4

Era verano, era agosto, era domingo, era él.
Era una mañana de esas que te levantas sonriendo, desentonando con el mundo, sabiendo que todo te da igual. Una mañana llena de recuerdos.
Se despertó, vio la hora y se vistió. Por primera vez le daba igual con qué vestirse, si sabía que, dentro de una hora, la ropa iba a quedar tirada por el suelo como el mejor arte abstracto jamás creado.
Salió de casa como si la vida le sonriera a ella y no al que pasa por detrás. Cogió el primer autobús que le llevaba a él, y sonrió por decimocuarta vez en esa mañana. Ya no podía mirar melancólica la ventana mientras el agua golpeaba el cristal porque ni llovía ni ella podía hacer otra cosa más que curvar su sonrisa hacia arriba, una y otra vez.
Bajó de un salto del autobús y caminó como unos cien metros hacia lo que iba a ser su paraíso. Subió las escaleras rápida, como si la vida la estuviera persiguiendo, como si así ahuyentara el miedo que no tenía.
Abrió ala puerta y le vio. Ella, que no sabía qué era ver dormir a una persona y sin embargo a él lo había visto tantas veces en un sólo día. Lo vio ahí, en la cama, como un niño al que sólo quieres proteger.
La mañana transcurría entre silencios hasta que un beso rompió y selló el ruido, rozó pieles, colisionó miradas, gritó gemidos y cortó respiraciones.
El tiempo pasaba como si no se detuviera nunca como si deseara que llegase el final. El final que tanto miedo tenía ella de perder. Las horas volaban sin parar de agitar las manecillas y cuando se dieron cuenta se dirigían destino despedidas.
Deberíais haberla visto. Ella, que parecía que destilara tristeza por cada poro de su piel. Ella que tan contenta había estado hace unas horas. Ojalá nadie se hubiera asomado a sus ojos en esos momentos para no ver la melancolía que la consumía. Ojalá él hubiera podido ver todo el daño que le podía hacer su marcha.
En esas horas los abrazos se convirtieron en el mejor recuerdo del mundo, en el lugar más seguro de la ciudad.
Que eran las dos y cinco y un autobús esperaba para que él no quisiera quedarse.
Si hubieses visto a dos personas abrazándose como si se acabara el mundo los habrías visto a ellos.
Ella quiso pedirle que volviera, pero tan sólo obtuvo un "lo intentaré".
Supo que jamás volvería a verle y se aferró a él como nunca en su vida lo había hecho a nadie.
Se sentenciaron en un beso y callaron todo lo que podrían haber sido y jamás llegarían a ser.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Adiós quiere decir ya no mirarse nunca..."

Adiós.
Creo que es lo peor de las despedidas, el decir algo que en realidad no se siente. El querer decir "me quedo" y sin embargo tenerse que ir lejos, muy lejos, más lejos aún de lo que ya se está. Sin embargo lo dice, y suena hasta creíble, parece que nadie le oye romperse en mil cristales mientras pronuncia esas cinco letras.
Le dijo adiós porque no había sitio para los dos, porque con ella eran multitud. Es como darse cuenta, con el tiempo, de que nunca se ha estado en el sitio que se creía estar, que se pensaba que casa era una persona y los muebles todos sus sentimientos. Y de repente, un día se despierta y ve que se ha llevado toda su ropa, la mitad de los muebles y no ha dejado ninguna nota. Y cómo duele sentir que ya no está, sentir la cama vacía después de haberse llenado tanto.
Le dijo adiós porque no pudo soportar el engaño de sus palabras, porque no podía hablar sin soltar un torrente de agua salada desbordándose de sus pupilas, se lo dijo porque le hacía daño.
Le dijo adiós porque el olvido era mejor que creer que nunca nada existió, que sólo fueron eternos en su imaginación, que las mentiras siempre bailaron con ellos a escondidas en una noche de verano.
Le dijo adiós porque él no la quería, y no hay nada peor que quedarse cuando nadie te espera en ninguna estación para mirar cómo juntos pierden un tren tras otro.
Le dijo adiós, pero fue tan en silencio que nadie lo oyó.
Le dijo adiós y se fue.
Le dijo adiós pero siempre va a estar ahí.