miércoles, 9 de enero de 2013

Mírala.

Vestía de indiferencia cuando todos le suspiraban. Y qué bien lo hacía. A paso de tacones bailaba, porque sí, bailaba, caminar era menospreciar su encanto. Levantaba esos ojitos y buceaba en las miradas ajenas. No quieras saber lo que encontraba y lo que no dejaba de buscar, porque qué va a saber ella. Que sonreía con los ojos cerrados, imagínate. Y saludaba como si fueras su mundo, y a veces lo conseguía, lo de ser el mundo, digo.  Que no era belleza interior, que era belleza personal, que es más bonita todavía y erótica si me apuras. Que ella no gritaba, solo silenciaba. Que la habrías perseguido de no ser libre. Que ella no entiende de ataduras ni mucho menos de amor, así que no pretendas nada. Pero mírala, mírala porque se va. Y vuelve, pero nunca sabes cuándo.

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