viernes, 21 de febrero de 2014

Uno nunca puede perder de la manera en la que quiere.

Jugábamos a ponerles formas de nubes a las personas y a mí me parecía mucho más divertido que tumbarnos en el césped y mirar el cielo, como locos, intentando encontrar algo que no tenemos.
Lo malo de buscar lo que no tengo es que cuando ceso mi búsqueda, se deja encontrar. Y lo vuelvo a buscar y a perder y a dejar y a aparecer y menudo puto bucle en el que me he metido sin tenerte ni poderte.
No sé si tenías el mundo en las manos o era el mundo el que te tenía a ti, pero me jodía lo mismo porque siempre miraba a mis manos y nunca te veía. A lo de comerme el mundo no me ganaba nadie cuando abría la boca para besarte y recorrerte carreteras con la lengua.
Lo de viajar sin moverme del sitio es algo que aprendí desde que me cogiste de la mano y salimos corriendo a imaginarnos que estábamos tan lejos que nadie nos conocía; que éramos extranjeros en la vida de los demás menos en las nuestras. Y cerrabas los ojos, los abrías y ya había viajado de nuevo.
Una vez te pedí que nunca dejases de cerrar los ojos con esa magia que solo te caracterizaba a ti y fue más bonito que haberte dicho diez te quiero de carrerilla.
De todas las metas que nos pusimos la única que cumplimos fue la de seguir buscándonos aunque nos perdiésemos. Y créeme que ahora creo que lo que mejor pudimos hacer fue habernos perdido el uno con el otro, pero claro, uno nunca puede perder de la manera en la que quiere.
Aun así me alegro de haber ganado todos estos recuerdos que a día de hoy me siguen acompañando a cada paso que doy.
P.D.: si quieres encontrarnos que sea porque te has buscado y te has dado cuenta de que no quieres perdernos.

lunes, 27 de enero de 2014

El amor es como un viaje en autobús.

El amor es como un viaje en autobús.
Es la chica triste que se sienta atrás y mira por la ventanilla.
Que juega a tocar el cielo con los ojos
y se deja volar,
mientras todos juegan a buscarlo en el suelo.
Se deja acariciar por el ruido de unas bocas vacías
y gira la cara mientras les oye callar.
Mueve los pies,
arriba y abajo,
derecha e izquierda,
esperando más de un viaje
que de toda su vida entera.
Tiene el pelo rizado, largo y despeinado
añora que el viento le bese la nuca
y le roce la boca en un suspiro.
A veces tose intentando expulsar
todo lo que no puede gritar.
Ha aprendido a hacer nudos de garganta
pero todavía no sabe desatarlos
y nadie se atreve a quitárselos.
Podría jugar a adivinar las vidas
que suben y bajan,
pero todavía no entiende la suya.
Sabe que se acaba
que es su siguiente parada
que nadie la espera
ni la añora
y baja,
desesperada,
intentando encontrar una boca
que le diga: "bésame".

viernes, 20 de diciembre de 2013

"Empezar a asimilar lo raro que es todo si no estás...".

Él era de venir cuando nadie le esperaba, de planear para terminar haciendo todo tarde, de no seguir reglas pero sí instintos, de arriesgarse sin saltar al vacío. Sin embargo ella era de esperar a quien nunca va a llegar, de tenerlo todo preparado, de seguir principios, ilusiones y sentimientos, de arriesgarse, tropezarse y caer al precipicio. Por eso se gustaban tanto, por eso se odiaban aún más.
Nunca fueron de días pero sí de noches. No eran de paseos largos a la oscuridad de la luna, ni de tiempo perdido en calles con los dedos entrelazados, ni siquiera de tomar un café en el bar de la esquina. Por eso su destino fue un hotel, directo y sin preámbulos, como sus intenciones.
Subir las escaleras empezó a calentar los motores que tenían por corazón, a notar el frío en la nuca, a pensar que ya les sobraba la ropa. El portazo que les unió en la misma habitación solo fueron las ganas que resonaban en el ambiente, las respiraciones que empezaban a acelerarse. 
En el momento en el que los dos se miraron destruyeron todas las fronteras que alguna vez habían existido, izaron bandera blanca y firmaron la paz que les llevaría a la guerra. Los pasos de seguridad que les distanciaban se convirtieron en milímetros, en dos bocas chocando, mordiendo, lamiendo, chupando; dejándose la vida en un beso. Ya no existía el mundo exterior, solo el mundo que les rodeaba: sus cuerpos. Las manos empezaron a ser hábiles y quitaron camisetas, pantalones, medias, bragas, calzoncillos, hasta que se quedaron a dos pieles. A los roces les siguieron besos, estos se tornaron mordiscos, lo salvaje les pilló enfermos de lujuria, no había ningún hueco vacío que no cubriera una mano, que no cubrieran sus cuerpos. Ninguno de los dos se atrevió a hablar pero sus gritos, su desesperación, sus prisas, sus respiraciones y gemidos narraban todo lo que callaban. Y no hacía falta más, porque se hacían falta ellos y nadie les sacaba tarjeta roja. Decidieron correrse el riesgo para que nadie saliera perdiendo, para que solo pudieran ganar. 
Al terminar, ninguno de los dos se miró de nuevo, no se volvieron a tocar, a besarse, a verse, a llamar. Pero ninguno de los dos pudo olvidarse del otro, intentando recordar para terminar llorando, volviéndose dolor, nostalgia y melancolía. Siendo todo lo que no eran, porque eran, pero solo si estaban juntos.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Todos los días.

Te despiertas, un ratito más, te duermes, una hora perdida, otra más, te levantas, no desayunas, sofá, lees, piensas, piensas, dejas de leer, te levantas, comes, piensas, piensas, no te apetece más.
Vuelves a la cama, siesta, no puedes dormir, das vueltas, te levantas, te sientas, suena el móvil, no es él, nunca es, lo tiras, te desesperas, lloras, pañuelos, te ríes, el móvil, que si sales, que no, que sí, al final sí. Te duchas, te pintas, te peinas, te vistes, llego tarde, esperadme. Hace frío, por qué habré salido, te quieres volver, ya has llegado, te quedas, dos horas y a casa. Mentira. Bares, te ríes, te ríes fuerte, y bebes, hablas, conoces a gente, te invitan, te dicen no sé qué, le recuerdas, te vas, tus amigos, quédate, no, al final te quedas. Bailas, te mueves, te mueven, te cogen, les sueltas, huyes, huyes, huyes. Sales, hace frío, me quiero ir. Te quedas sola. Entras, sales. Así toda tu vida. Te hablan, ni siquiera escuchas, solo quieres volver, solo le quieres a él. Te vas a casa. Caminas, te cansas, paseas por donde estuvisteis. Le recuerdas, nostalgia, lloras, risa nerviosa. Te vas, no lo soportas. Amanece, es tarde, pronto, nunca, demasiado, yo qué sé. Las llaves, el corazón, dónde están. Abres, calor, te sientas, suspiras, te cambias, el pijama, por fin. Silencio, no te oyes. Coges el móvil, 98 mensajes de 6 conversaciones. No. No. No. No es él. Lloras, fuerte, con ganas, te vacías. Estás sola. No puedes dormir. No quieres. Lloras. Lloras. Lloras. Te quedas dormida. Te despiertas...

sábado, 16 de noviembre de 2013

104

Que nos inventen todas las calles que no nos han visto besarnos, que nos busquen, que nos ansíen, que nos teman y se encojan cuando de verdad crucemos sus aceras de la mano y riendo a carcajadas.
Que nos queme el sol que nos ha visto escondernos de él, que ha sentido celos de la noche, que ha querido atravesarnos con su luz y rompernos en mil rayos.
Que nos vista el viento de frío, que nos haga juntarnos hasta quedarnos sin espacio de inseguridad, que acorte nuestras distancias y pegue nuestras pieles juntas, que nos bese la nuca y sintamos el invierno.
Que nos envidien los portales que no visitamos, los que ansían nuestros cuerpos, los que añoran los gemidos de dos enamorados, los que buscan desesperadamente dos miradas enloquecidas.
Que no nos muramos de desamor porque nos vivamos de amor, que nos lo hagamos tres veces al día, y cuatro y cinco.
Que nos volvamos cuerdos de tanta locura y me ate las manos a tu pelo y las tuyas a mi cintura.
Que yo qué sé, que nos queramos.

domingo, 27 de octubre de 2013

S.

La noche comienza entre humo, cigarros y manos. Entre risas que no se detienen, voces que no dejan de beber y silencios que no dejan de gritar. Y mientras tanto, estamos tú y yo, mirándonos a través de toda esa gente que nos acompaña y que tan solo queremos que desaparezca para poder fundirnos las pupilas. Giramos la cara despreocupados por atender a toda esa gente que nos llama y preocupados por haber roto el contrato de permanencia con la mirada. Puedo ver como me miras con la boca aunque no pronuncies palabra, aunque no tenga puestos los ojos en ti. De repente sonríes, y lo sé porque te oigo, y entonces me río. Como dos autómatas volvemos a chocar nuestros ojos en una guerra que no queremos que acabe nunca. Y la mirada se vuelve beso y el beso se vuelve vida. Las lenguas bailan las ganas con las que está jugando la noche hoy con nosotros. De pronto tu mano, y le sigue la mía, y ya no somos dos, sino uno. Nos convertimos en velocidad a tres besos por segundo y me faltan sentimientos que meter y miedos que quitar. Y la noche nos guía, nos envuelve, nos encierra, nos consume, nos alimenta y nos funde. Y nos dejamos llevar, me llevo, te llevas, nos llevamos. Y explotamos, con el corazón como testigo.

jueves, 17 de octubre de 2013

Seamos arena que no baja.

Salgo de casa con la sensación de que pasará algo, de que nos pasará algo, de que vendrás, de que no estás, de que no soy porque no somos, de que huimos, de que miramos atrás, de que ya no hay nadie, de que es tarde, demasiado tarde, de que el tiempo pasa pero también vuela, de que la caída es nuestra pero es libre, de que nos estrellamos, de que ya no miramos la luna, de que ya no veo tus ojos, de que ya no sonríes, de que ya no reímos juntos, de que no lloramos pero estamos tristes, de que nos recuerdo a la palabra melancolía, de que fuimos paseos, de que ya no hay manos unidas ni pelos enredados, que ya no siento tu cuerpo, ni tu piel, ni los escalofríos, ni la bomba que me late y tengo por corazón, que ya no es tu corazón pero que tampoco mío, que no vuelves, que no te vas nunca, que no te vayas, que nos quedemos, que seamos relojes parados, que seamos arena que no baja, que seamos y el cómo me da igual.

lunes, 14 de octubre de 2013

Nos entiendo.

No puedo entenderme. Entiéndeme que no.
No puedo entender que no nos besáramos la boca hasta desgastar la poca vida que nos quedaba, hasta arañarnos con las lenguas y lamernos con los dientes.
No puedo entender que no nos fundiéramos en un nosotros que no salía de nuestra boca pero que tantas veces habíamos gritado con la mirada.
No puedo entender que nuestra manos se fueran separando lentamente hasta convertirse dueñas de un solo cuerpo. Que no pudiéramos rozarnos cada segundo y sintiéramos que nuestra piel explotaba a la vez.
Que no puedo entender aún que no nos dijéramos que volveríamos, si sabíamos de antemano que no pasaríamos tanto tiempo sin vernos.
Pero es que luego te siento y sí puedo entendernos.
Puedo entender que esa noche fuimos nuestros y de la luna, y de cada puto sentimiento que nos recorría las venas para llegar directo al corazón e inundarlo todo de caos.
Puedo entender que nos mirásemos y no nos importase nada más que los centímetros que nos separaban de tocarnos música con las manos.
Puedo entender que me dijeses que si yo no, tú tampoco y que te sonriese como si tú no, tampoco nosotros.
Que puedo entender que lo hayamos querido todo y hayamos tenido tan poco. Pero que contigo lo breve es mejor que dos veces bueno.
Que la verdad es que no me entiendo, pero qué bien saber que sí puedo entendernos.


sábado, 28 de septiembre de 2013

Más de cien latidos por minuto: tú.

Taquicardia.
Me soltaste aquella palabra como si todo su significado fueras tú. Me explicaste que te gustaría que fuera el título de tu futuro libro, el que todavía no existe; pero es que tú no sabías que aquella palabra era todo lo que sentía cuando tú me tocabas, o tan solo me mirabas. Que se me hubiera parado el corazón si hubieras pensado en quitarme un dedo de encima. Que dejaba de latir cuando tú te marchabas, cada vez que te ibas sin saber si te volvería a ver, aunque en realidad nunca hubieras venido y nunca hubieses pensado en quedarte.
El corazón marcaba el ritmo de cada palabra que pronunciabas y a mí me hacías más feliz cuando no me dejabas hablar y te ponías a contarme tus historias, tus recuerdos o tus tristezas mientras yo te escuchaba como mi canción preferida, la que no quería dejar de escuchar nunca.
Disfrutaba más de tus silencios que de todas las conversaciones banales que tenía a lo largo del día. Todo lo que callabas era lo que más decía de ti y lo que yo siempre me ponía a escuchar con detenimiento. Y que no me hablen de silencios incómodos si no te han visto callarte y sonreír como si el mundo se fuera a partir en dos y a mí me diese igual si todavía seguía mirándote.
Nos hicieron más daño todas las verdades que las mentiras que jamás nos contamos y es que contigo aprendí la relatividad de lo verdadero y lo falso, de la ignorancia y la felicidad, de ti y de mí. De la inexistencia de un nosotros jamás formado pero que yo tantas ganas tenía de construir y tú tantas ganas de romper.
Te quise tanto que todavía te sigo queriendo, pero esto, amor, no es una despedida, porque las despedidas no vuelven y yo estoy dispuesta a volver aunque nunca me haya ido.

viernes, 20 de septiembre de 2013

22

Hubiera querido decirte tantas cosas antes de que te marcharas que me callé para siempre.
Te hubiera pedido que te quedaras, que te quedaras un rato más, una hora, dos, tres, cuatro, conmigo, y a la mierda el mundo. Que perdieras el puto autobús sólo por querer quedarte conmigo. Que quisieras perderlo.
Te hubiera dicho que te quería, y me hubiese temblado tanto la voz que te habrías creído que era mentira y sólo un motivo para que no te fueras; pero es que se me habrían empezado a empañar los ojos y me hubieras creído sin dudarlo. Creo que me hubieras dicho que no llorase y me hubieras abrazado, como tantas veces lo hicimos ese día.
Te hubiera dicho que fui tan feliz como jamás había dejado a nadie que lo hiciese. Que fuimos felicidad en estado puro, que me sentí como Sophie y Julien pero siendo nosotros, aún siendo sólo tú y yo.
Te hubiera pedido que volvieses, que me lo prometieses aún sabiendo que las promesas se rompen. Que me dijeras que querías volver sólo por no tener que despedirnos, que odias las despedidas y esos besos que nunca sabes si son el último o el primero.
Te hubiera pedido que no te olvidaras de mí y es que contigo quería ser egoísta tanto tiempo que me consumía. Que me consumías también y quizás nunca te diste cuenta de ello. Y ojalá ahora te lo pudiese gritar bajito al oído.
Te hubiera pedido que me besases como si fuéramos el último segundo del mundo. Que nos evaporásemos entre bailes de bocas que sólo llevan a querer desear más, y más y luego todo.
Te hubiera agarrado de la mano tan fuerte que hubieras notado las ganas que tenía de no perderte nunca.
Hubiera hecho tantas cosas que decidí besarte y decirte que todo estaba bien.